Óscar de la Borbolla
23/01/2017 - 12:03 am
El peso de las cosas
¿Las cosas tienen el peso que les damos en el presente o el que tendrán cuando no nos importen?
De alguna forma todos intuimos que al final, o muy próximos a él, nada tiene peso; que todo lo que nos ocupa y sobre todo nos preocupa va a terminar por carecer de importancia o de sentido. El problema, sin embargo, no es al final, sino hoy, en el presente que parece estancado y que no da visos de irse; el problema es el peso de las cosas cuando transcurren una hora y luego otra y da la impresión de que lo que sentimos va a permanecer ahí toda la vida. ¡Qué peso aplastante parece tener! ¡Qué agobiantes resulta con su seria máscara de eternidad!
¿Las cosas tienen el peso que les damos en el presente o el que tendrán cuando no nos importen? Esta duda es una duda extraña, pues generalmente uno se encuentra en uno u otro lado del dilema: o cuando sentimos que la importancia de algo nos corroe o cuando nos parece ridícula nuestra antigua aflicción.
Quiero ubicarme en medio, asomarme al asunto del peso de las cosas teniendo en cuenta ambas apreciaciones. Lo primero que se me ocurre es que, tal vez, su verdadero peso sea el promedio, es decir que las cosas tienen un peso relativo, una importancia ponderada, que no son ni tan decisivas ni tan banales como nos las representamos ahora o al final; pero, está ocurrencia me hace sonreír por absurda. ¿Quién en el instante que está viviendo puede emocionalmente promediar su enfoque? La verdad es que el peso de las cosas se juzga desde el encendido arrebato del presente o desde la apagada indiferencia de un después en el que ya ni la pena vale recordarlas.
¿Significará esto que las cosas no tienen ningún peso, que el valor se los damos nosotros y que en sí mismas su presunto valor no tiene ninguna realidad, que la importancia es asignada por nosotros? Generalmente se llega a esta conclusión: que es nuestro entusiasmo o nuestra furia o nuestra ajenidad la que las decora de importancia o las nulifica. Pero hoy quiero proponer la conclusión contraria: que el peso de las cosas sí existe y cuando ya no pesan lo que pesaban antes es que son otras cosas. Que no somos nosotros quienes les ponemos o quitamos importancia, sino que son las cosas mismas las que cambian; que las cosas que importaron se murieron, que las cosas que ya no valen la pena es porque son otras.
Pasan y pasan por la calle gentes que no importan y no es mi indiferencia la que las iguala y desdibuja, sino la falta de importancia que poseen ellas mismas. No es que la política que en otro tiempo me interesó, hoy me importe un bledo porque yo haya cambiado, sino porque la política se ha vuelto basura. Yo he cambiado, pero también han cambiado las cosas y con ello su peso.
Tiene razón el poeta Liber Falco en esta estrofa que acostumbro citar: “Todo está muerto, y muerto/ el tiempo en que ha vivido. /Yo mismo temo, a veces, /que nada haya existido; /que mi memoria mienta, /que cada vez y siempre /–puesto que yo he cambiado– /cambie, lo que he perdido.” Solo que hoy me parece que Falco tiene razón a medias: que no sólo es la memoria del sujeto cambiante la que modifica lo perdido, sino que en sí misma la cosa y su importancia son las que se han perdido.
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@oscardelaborbol
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